Suhelen Cuevas

Suhelen Cuevas | Mirada Sostenida: un acercamiento a la resignificación individual y colectiva de la propia memoria.

Lo que sucedió en Atenco me marcó los días. Almoloya fue un parteaguas, me di cuenta que ni estando adentro me quitaron de la que fui. La humillación de los policías nos quiso hacer creer que como mujeres no servíamos, que no teníamos que estar en ese lugar. Este coraje me va a durar toda la vida y eso más bien me da fuerza. Jamás dejé de sentir ni perdí mi capacidad de comunicarme con la gente de manera humana; de hablar, de bailar. Nunca lograron arrancarme de mí.

Suhelen permaneció en el Centro de Prevención y Readaptación Social de Santiaguito en Almoloya de Juárez durante 1 año 4 meses. Entró en mayo de 2006 y en junio cumplió 19 años. Afuera del penal había un zaguán, una rayita entre dos muros por la que veían a toda la gente que les gritaba mensajes desde afuera. Esa fue la conexión más simbólica con sus amigos. Ese fue el lugar al que decidió volver. Al llegar el hueco estaba cubierto con cemento y en los muros permanecía la consigna: “Libertad a los presos políticos de Atenco”. No había regresado desde que salió; esta vez llevó con ella a su hijo. Esperó al atardecer, buscó un momento para despedirse y se marchó.

Suhelen llegó de Los Cabos al Distrito Federal para cursar el último año de prepa con la convicción de estudiar periodismo. Conocía poco sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y suponía que mientras más al sur se moviera, más movimientos sociales encontraría para sumarse. Se colectivizó junto a otros estudiantes con los que produjo un fanzine y arte callejero por las noches. Así es como acudió en solidaridad con el pueblo de Atenco. Después del tiempo en la cárcel retomó su vida y  carrera; ahí afianzó las ganas por transformar algo desde la comunicación. Comenzó una familia, tuvo un hijo y su apuesta profesional tiene que ver con la educación para niños desde el teatro libertario y la producción en radio. Después de terminar su carrera se pudo regresar a Los Cabos.

En varios momentos sí pensé: “yo ya me voy a morir pero mínimo haciendo lo que yo quería”.

En un primer momento pierdo las fuerzas al sentir que me puedo morir, luego ahí adentro sigue el tiempo indefinido que no te dicen ni pa’ cuándo, ni qué, ni nada; te tienen en un hilo: “eres mía, no eres mía, eres mía, no eres mía; eres mi marionetita por un rato”, te sientes así de: “¿dónde quedo yo?” Yo tenía una vida… Por eso creo que ahora me aferro más a ella.

Cuando nos golpearon a mí se me quedó muy marcado –y hasta ahora me molesta cuando me dice mi chavo: “Pon a calentar tortillas”– que los policías me decían: “¡¿Y qué chingados hacías con la cámara?! ¡Mejor ponte a calentar tortillas!”.

El coraje no es negativo, te da fuerza para seguir. Sigo en pie pero ya no de la misma manera; a lo mejor de una forma en la que físicamente no me puedan tocar, pero sí mantenerme firme.

Antes era más utópica, bien punk, más activa, más visceral; ahora veo que si quiero algo de conciencia, de amor, de cambio, tiene que ser más tranquilo y con las personas que están a mi lado.

Resistir es no dejar nada inconcluso, si empecé la denuncia la termino. Si comencé fue porque estaba convencida de ésto. Es como una planta, no es para dejarla morir solo porque ves que a lo mejor se va a secar.


Mirada sostenida es un proyecto autogestivo y colaborativo. No se encuentra ligado de forma alguna a partidos políticos, campañas electorales, movimientos sindicalistas o partidistas.

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